martes, 17 de julio de 2012

VENTANA A LA POESÍA

VENTANA A LA POESÍA
                                                                             Alfredo Maxit

La poesía es una criatura sólo palpable en sus producciones, los poemas. Como ocurre con  las cosas plenamente humanas, no se puede definir. Alejada cada vez más de la vida del hombre, sobre todo a partir de los comienzos de la industrialización,  jamás podrá, sin embargo, ser apartada del todo; sencillamente, porque ella responde a una necesidad antropológica fundamental.
Expresivamente, su tratamiento del lenguaje la distingue de cualquier otra construcción lingüística. Y no se trata, como erróneamente puede creerse, de una cuestión de escribir fácil o difícil. La poesía más sencilla será poesía, si quien escribe lo hace de una manera sugerente, metafórica,  y esto  sólo se alcanza con el uso poético del lenguaje, que no hay que confundir con el uso de los versos. Escribió hace mucho tiempo Horacio Rega Molina: Sé de versos que no son poesía/ como un montón de plumas no es un ala.
En este primer acercamiento a su ventana, un poema de Jorge Vocos Lescano, uno de los reconocidos poetas del siglo XX argentino, en el que, precisamente, refiriendo  ingeniosamente la imposibilidad de definir la poesía, nos la muestra en algunas de sus manifestaciones. Y lo hace con una forma de composición  llegada a nuestra lengua hace más de 500 años, un soneto. Su titulo: LA POESÍA.
    Eres, por lo escondida y transparente/ que estás en cada ser y en cada cosa,/ como la fuente, sí, como la fuente/ que aunque escondida fluye y es hermosa.
   Pero también estás tan evidente/ que la evidencia te hace misteriosa./ Y eres densa y te muestras como ausente/ como la rosa, sí, como la rosa.
Como una y otra simultáneamente/ para guardar tu esencia milagrosa/ te vuelves una, siempre diferente.
Y cuando el alma llega codiciosa/ te das en rosa si te busca en fuente,/  te das en fuente si te busca en rosa.
Creo que al  lector habrá de llegarle este  poema. Son muchos los elementos que confluyen en su hermosura: la  fluida, necesaria  musicalidad, condición de todo verdadero soneto; la elección afortunada de dos imágenes que participan de lo cotidiano y del misterio al mismo tiempo –fuente y rosa-; el carácter metafórico de las mismas con ese juego de cercanía y lejanía que  las vuelve  ambivalentes, inalcanzables, como sucede con toda  esencia. Con la milagrosa de la poesía, en este caso.

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