jueves, 26 de julio de 2012

PALABRAS PARA LUCÍA


PALABRAS PARA LUCÍA




1


Mira, Lucía, el hombre siempre escribe
desde un lugar del tiempo.
Ahora, por ejemplo, es noviembre,
o sea, primavera; y esto quiere decir: verdor,
canto subido de los pájaros, nuevos ímpetus.
Y mientras te escribo esta mañana,
pienso en tu viaje confiado hacia la vida,
en tu juegos de luz-lucía-luces-lucirás.

Aún te queda todo el camino del verano
-qué playas allí adentro, qué océanos-
y, con el otoño vendrás como un redondo fruto
trabajado por la maga costumbre de la naturaleza
a colgarte en el árbol de los años
con que cuenta la historia de los hombres.

El otoño es la estación más consonante
con tu nombre, Lucía.
Nunca está la luz más delgada, transparente,
detenida vecina por estos litorales.
La luz se vuelve aureola, casa de hadas,
porque el sol es un niño inocente. Es un niño,
una niña -eso es-, una niña, Lucía,
que  acaricia con sus manos de seda,
con sus manos de rosa mojada por la noche
el abierto porvenir de  la mañana.

Entrégate, Lucía, mientras la gracia afina
el instrumental sagrado de los alumbramientos,
al cuidado andariego de las horas
que vigilan descalzas tu jardín escondido.
No te preocupes por nada. Déjate estar. Déjate.
Pero prosigue, sí; prosigue -no sé cuántas veces por segundo-
con el corazonado pálpito de tu algarabía.

Y en silencio crece  como la luna, la celeste metáfora
que por estas primaveras pasea limpiamente
el quinto mes de tu milagro.

                                                   




2
         


La  vida - ya lo verás, Lucía - es como un viaje
compuesto de viajes menores sucesivos.
Yo viajo, tú viajas, ellos viajan. Todo ser
-que vive- viaja. Viajan la tierra y las estrellas,
 tan aparentemente inmóviles, el sol,
 que hace posible la continuidad de lo que existe
 en este planeta azul privilegiado,
 y la luna, que luce, Lucía,
 por las despiertas noches de diciembre
sus crecientes desnudos.

Y viajan -las amarás- las aves (solas, o en bandadas
de misteriosas compañías), ellas saben bien adónde.
Y también viajan las arañas, las moscas, las hormigas,
todo bicho que anda por el mundo y - a su modo -
hasta viajan las piedras detenidas como budas,
la savia de los tallos y las ramas de los nidos,
viajan los días y las nubes, viaja el viento,
intrépido cartero de los subidos pies.

Parece que todo el cosmos está moviéndose,
siempre expandiéndose, como te expandes ahora mismo,
por los puntos cardinales de la huerta admirable
donde tu madre siente cómo crece la verdad de lo que eres.

Y hay - te lo decía - otros viajes menores.
Viajando marcho esta mañana hacia el trabajo,
que es la cotidiana ocupación, la rodaja de pan
con que la vida humana se alimenta.
Y mientras cruzo en colectivo, compartiendo
con hombres y mujeres la condición andante,
paso cerca del sitio donde los dos Eduardo
de los prontos abrazos -tu abuelo y tu papá-
ejercen como médicos, ese bendito oficio
que cuida de los hombres y ya cuida de ti,
¿qué duda cabe?

Entonces siento que tú, Lucía, eres el nombre,
la voz viajera que une este momento,
como se reúnen las palomas de la plaza
alrededor de la mano que las llama.

                            

3



Hoy (otra vez el tiempo) es el día de los ojos.
Es que hay una santa que cuida de la luz, Lucía.
Y llevas el mismo nombre, porque amaron tus padres
el arco iris feliz de imagen y sonido.
Por eso tu nombre es creador de las formas
que abandonan al alba la galera de lo oscuro.
Por eso tu nombre es sonoro, como el sol
que pone en marcha el rodaje fantástico del día
y lo lleva por los rincones del hemisferio
y lo demora como preciado pájaro
en las últimas ramas de la tarde.

Y si la noche también es hermosa es por la luz, Lucía.
La luz de las estrellas o de la luna.
Ellas la ponen al alcance de los ojos que -abiertos-
palpan como manos el gratuito espectáculo.

Y así el mundo visible resulta magnifíco
porque donde están las formas habita la hermosura.

Benditos sean tus ojos, Lucía.
Y como los de los niños y niñas están siempre limpios,
- es palabra segura del Poeta Maestro -
todo tu cuerpo nacerá iluminado.

Que así sea.


                                       
4



Lucía, en esta última decena de febrero
el verano es un durazno que se parte
en el hueco sabroso de la mano.

(Anoche, la luna estaba detenida
sobre los techos vecinos
y hasta parecía sonreír como quien trae
alguna primicia victoriosa.)

Y hoy llegó tu madre, pero primero
venías tú, Lucía, a visitarnos
como una adelantada,
con ese abierto desafío
de la panza que todo lo pospone.

¡Dorada contención de la criatura
en sagrado presalto!

Y, después, Andrea con Susana,
una de tus abuelas (la otra - lo sabes-
se llama Ana María) trajeron
el equipaje de tu catrecuna
que se abrió como dos brazos
o dos pájaros o dos
conejos de la fantasía.

Y se tendió cómodo el colchón,
limpia la sábana, mirada en rueda
la  colcha de los ositos,
la almohada niña, dispuesto el moño,
bajo el espacio vertical y quieto
que ha de admirarte un día
- todo el aire más puro y reservado-
como flor encarnada, luna rosa
o luz, simplemente,
                                de la casa.

                                


5



Queda atenta, Lucía, la mirada
a los días que restan de marzo
o primeros de abril,
mientras feliz comprueba que el verano
favorece las costumbres de otoño
menguando las salidas turistas del sol
o apuntando el camino del oro
entre los racimos de los paraísos.

¿Sería de extrañar, acaso,
que el rubio otoño recogiera
el gesto vecinal de cortesía
y respondiera con un gesto
recíproco y entonces...?

Pero tú no, no te inquietes, Lucía,
por ninguna pulsión temblorosa.
No te perturbes, no, no te perturbes.
Cada flor a su tiempo florece.

Lo decía tu madre y una madre
es natural santuario, luna en sombra
donde fulgura la sobrenaturaleza:

Lucía nacerá, cuando ella quiera.


                          


6




Ha llegado el otoño, Lucía, el otoño
de la luz detenida como pájaros
sobre el bosque del cielo
y en los rostros empieza el contagio
de la mirada plácida de las fotografías.

Hay una voluntad maga
que impone a los terrestres
(más allá de las angustias y locuras
que has de saber, Lucía,
porque las sombras no se van
cuando no existen),
la verdad sin costuras de la luz.

La luz, Lucía, la luz,
el primer horizonte del hombre,
que el otoño regresa con sus trajes desnudos
como barco encantado de la patria del oro.

Y ese barco es tu barco, Lucía.
Es el barco -luna a luna- esperado
a este lado del muelle.

Cuando quiera soltará los saludos
y, al instante, cruzarán los pájaros
la festiva noticia.

Y bajarás entonces, Lucía,
por las escalas del santuario materno
hacia la cuna luz
de la casa mayor de los hombres.


                    

7



Has venido, Lucía, has venido
-en el Viernes Santo del Año-
a sumar tus andares rosados
a las caravanas de la tierra que habla.

Te acompaña, Lucía, la lluvia
que sucede a la luna completa
con los dedos naranjas de otoño.
La lluvia, la mejor narradora
del comienzo del mundo.
La lluvia del había una vez
de la vida.

Había una vez un muchacho, Lucía,
y había también una chica, una vez.
Y otra vez, otras veces, ¡quién sabe cuántas!
se encontraron los dos, porque el encuentro
es condición tan necesaria del relato
como su trama personal y única.

Andrea -ése era el nombre de ella-
Eduardo -ése era el nombre de él-
se encontraron finalmente y se amaron
(sin amor ¿puede importar la trama?)
y al amarse dio comienzo la historia
que lleva tu nombre, Lucía.

Una historia que sale a la luz del planeta
en la mediatarde mojada de marzo,
que pesa leve, bellamente,
y es de pelo castaño y de cara redonda,
que tiene ágil el cuerpo y los ojos muy dulces.

Una historia plena de futuro
-según canta la lluvia y soñamos los hombres-
y que acaba de abrirse como mariposa
al jardín de los días.







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